Comentario
Valor actual de las "Antigüedades"
Han pasado ya cuatro siglos desde que Hernández escribió su obra histórica integrada, como ya vimos, por Las Antigüedades y el Libro de la Conquista. Durante estos cuatro siglos, y particularmente en los días últimos, se han publicado toda clase de crónicas y relatos históricos sobre Mesoamérica, de tal manera que hoy disponemos de un panorama historiográfico muy rico para conocer la vida de los pueblos del México antiguo. En este contexto, ¿qué podemos pensar de la síntesis de Hernández, de la que él mismo llama semilla de historia?
Cabe decir que, a nosotros, gente del siglo XX, que con un sentido antropológico nos interesamos en el estudio de las culturas, la obra que ahora nos ocupa se nos presenta dotada de un valor en sí misma y en relación con otras crónicas de su época. En sí misma es una obra atractiva por las apreciaciones, muy personales, que nos ofrece Hernández en medio de otro muchos datos comunes a otros historiadores del XVI. Estas apreciaciones se manifiestan unas veces en sus descripciones de determinados detalles y otras por medio de juicios de valor, enfocados a poner de relieve ciertos rasgos culturales de los pueblos nahuas. En cuanto a las primeras, a lo largo de los tres libros de las Antigüedades encontramos momentos en los que Hernández se solaza describiéndonos cosas que le causan asombro. En este sentido son muy interesantes las páginas que dedica a describir la belleza del valle y de la ciudad de México, a la cual compara con Venecia o Amberes53. De ella llega a decir que todo lo que tiene es hermosísimo y sólo se echa de menos el suelo patrio y natal [el de España] y la abundancia de su gente54. Parecidos son los elogios que dedica a Tezcoco, en los que recordemos compara los huertos de aquella ciudad con el jardín de las Hespérides. Otro tanto se puede decir de la ponderación que ofrece del clima del país y en especial del microclima húmedo de la laguna en la que se asienta la capital. Son apreciaciones muy exactas, que no encontramos en otros cronistas, y que nos revelan el talante de Hernández, muy dado a las ciencias naturales.
Abundan también en la obra los juicios de valor, a veces positivos y a veces negativos, sobre diversos rasgos culturales de los mexicas. Entre los negativos, tres son las críticas fundamentales que deja ver Hernández: la forma de comer sin ninguna limpieza ni urbanidad que tiene la gente del pueblo55, la práctica de la medicina que ya se comentó al describir el libro II, y el carácter de los mexicanos. Acerca de este último punto, el protomédico tacha a los naturales de débiles, tímidos y perezosos, aunque dice:
Son de naturaleza flemática y de paciencia insigne, lo que hace que aprendan artes aún sumamente difíciles y no intentadas por los nuestros y que, sin ayuda de los nuestros, imitan preciosa y exquisitamente cualquier obra56.
La habilidad manual de los mexicanos es algo que mucho le asombró, y así lo hace notar en varios capítulos de las Antigüedades. En ellos se detiene para describir principalmente los trabajos de orfebrería. De tales trabajos nos ha dejado un párrafo muy ilustrativo al exponer las cosas que se vendían en los mercados. En él nos ofrece información detallada no sólo de la belleza de las piezas de orfebrería, sino también de la calidad que habían alcanzado los artífices mexicanos en la elaboración de las mismas:
También solían ser expuestos en almoneda en los mercados trabajos maravillosos de plata o grabados en metales o fundidos en bronce: platos hexagonales que tenían tres partes de oro alternadas con otras tantas de plata, adheridas unas a las otras pero no pegadas en manera alguna sino fundidas, consolidadas y soldadas en la misma fusión; anforitas de bronce con asas sueltas; peces con una escama de oro y otra de plata; pericos que tenían la lengua, la cabeza y las alas movibles...57.
Parecidos juicios expresa de los amantecas, verdaderos artífices de obras plumarias. De ellos afirma que logran sus creaciones con plumas varias, tejidas y dispuestas con arte maravilloso, y en este arte esta gente aventajaba muchísimo a las de otras naciones58. En cuanto a la que llama piedra iztlina --de itztli, obsidiana-- y las mantas de algodón, los elogios no son menores. Vale la pena transcribir las páginas en que habla de estos dos objetos, porque además en ellas Hernández describe las herramientas más comunes que utilizaban para tallar la piedra:
Usan también hachas, barrenos y escoplos de cobre, mezclado con oro, con estaño y a veces con plata. Con palo sacan piedra de las canteras y con palo forman con arte maravilloso de la piedra iztlina espadañas, sables... Con semejantes instrumentos pulen las piedras con tanta destreza y artificio que exceden con mucho a nuestros escultores... Los próceres y los ricos cubren y adornan las paredes de las casas con tapices de algodón de imágenes multiformes y colores variados y también con plumas, con esteras de palma [petates] y con tapetes finísimos de algodón, más hermosos que los de los nuestros59.
Las apreciaciones de Hernández acerca de las obras de arte de los pueblos nahuas coinciden con las de otros cronistas del XVI que nos han dejado también su sorpresa al conocer las creaciones de aquellos pueblos. En realidad, hoy día pervive esta capacidad creadora de los mexicanos. No es difícil encontrar obras de arte en simples trabajos de artesanía, en los que están presentes el buen gusto y las muchas horas de dedicación. Esta y otras consideraciones de carácter similar hacen de las Antigüedades una crónica atractiva en sí misma, que nos ayuda a la penetración en la cultura de los pueblos nahuas.
Desde otro punto de vista, es también valiosa en el contexto historiográfico del siglo XVI, por varias razones. Una de ellas es por ser una síntesis clara, sencilla, escrita sin pretensiones. En el rico universo de las grandes crónicas renacentistas --Motolinía, Las Casas, Durán, Sahagún, Mendieta-- no abundan síntesis como la de Hernández, fácil de leer, amena y adaptable a un gran público que no pretende entrar profundamente en el ámbito mesoamericano. Es, como la define su autor, una semilla de historia, una semilla enjundiosa en la que se contienen los principales rasgos culturales de los pueblos nahuas de la región central de México. Otra razón digna de tenerse en cuenta es la doble perspectiva desde la que está escrita, la de los vencedores, a través de Cortés y Gómara, y la de los vencidos, recogida principalmente de Sahagún y Pomar. Y, por último, el hecho de que Hernández la escribiera en latín es también otro elemento que le confiere un interés especial entre los muchos escritos históricos del siglo XVI. La de Hernández es una de las pocas crónicas de América escrita en esa lengua, y esto posiblemente se deba a que su autor la ideó para que se difundiera entre las gentes cultas de Europa, para poner hasta donde yo pueda ante los ojos de nuestros hombres las cosas pasadas y para que aquellos a quienes no ha sido dado ver gentes tan distantes, las conozcan en lo posible60.
Así, el científico de origen toledano, que puso para siempre al alcance de los especialistas del orbe entero la sabiduría farmacológica de los antiguos mexicanos, se preocupó también por esbozar una imagen de ellos y de su cultura. Tal imagen constituía para él un marco de referencia. Bien sabía que otros --como Motolinía, Gómara y Sahagún-- ya se habían ocupado en la empresa de rescatar testimonios sobre la historia y la cultura de los pueblos que vivían en el corazón de la Nueva España. Pensó, sin embargo, que él mismo --con su perspectiva diferente, la de científico y a la vez humanista-- podía hablar de sus propias experiencias. A los lectores y especialistas de hoy corresponde emitir sus dictámenes sobre la visión hernandina de estas antigüedades. Por mi parte considero que en esta obra del protomédico quedó reflejada, en breve síntesis y de modo distinto, la maravilla de una civilización que por siglos floreció en aislamiento y de la que perduran testimonios no siempre fácilmente comprensibles pero, en cuanto humanos, merecedores de atención y aprecio.
Ascensión H. de León-Portilla
México, 1986